lunes, 16 de abril de 2012

Ruleta rusa.

Titulo: Ruleta rusa.

Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! no me pertenece, ni sus personajes tampoco, son de Akira Amano yo hago esto sin animo de lucro, bla, bla, bla.

Personajes/Parejas: 02/Asari.

Advertencias: Viñeta. Algo fluff porque me siento ñoña. Argumento algo trillado, lol.

Resumen: Rememoró el momento en que el pelirrojo aceptó jugar a aquel dichoso juego, un juego cuyas reglas Asari había roto incluso antes de que fueran establecidas.




Asari abrió los ojos perezosamente y luego estiró sus articulaciones, entumecidas por el frío. Había sido una noche larga y repleta de sentimientos contradictorios. Cuando se levantó para ir al baño no se molestó en mirar el lado de la cama en el que había estado G. Sabía que ya se habría ido. Después de todo, ¿no eran esas las reglas del juego? Un poco de sexo, sin compromisos. Se estremeció cuando el agua golpeó con fuerza su piel. Era estúpido lamentarse por algo que en un principio había propuesto él. Aunque lo había hecho en tono de broma porque nunca llegó a imaginar que Archery pudiera aceptar. Pero lo hizo.

Apoyó la frente en la pared del baño mientras las cristalinas gotas de agua se deslizaban por su espalda.

Rememoró el momento en que el pelirrojo aceptó jugar a aquel dichoso juego, un juego cuyas reglas el moreno había roto incluso antes de que fueran establecidas. Sexo, apasionado, sin compromisos, sin amor. Pero no se le puede pedir que no se enamore de ti a alguien que ya lo ha hecho. Suspiró desanimado y salió del baño con una toalla cubriendo sus partes íntimas y fue en ese momento, cuando casi se cayó al suelo de la impresión. Abrió la boca, incrédulo y dio un par de largas zancadas para llegar hasta el borde de la cama.

Archery seguía allí cuando generalmente ya se habría escabullido de su habitación. Su estomago se contrajo por la preocupación y se deslizó por debajo de las sabanas para tirar de él y acercarle yendo a poner su mano en la frente del contrario para comprobar si tenía o no tenía fiebre. Alivio, eso fue lo que sintió cuando comprobó que la mano derecha de Primo se encontraba en perfecto estado. No pudo evitar que una sonrisa, llena de cariño y melancolía, se dibujase en su rostro. Ver al pelirrojo dormir en su cama era un placer que no podía darse constantemente por eso siempre que se acostaban juntos el guardián de la lluvia permanecía despierto todo el tiempo que le fuera posible.

Llevaban semanas durmiendo poco y las ojeras empezaban a ser visibles en su rostro. Abrazó con cuidado a Archery y regresó a la postura en la que había estado antes de que se levantase. Quería acariciar su cabello pero si él despertaba… no estaba seguro de si se sentía preparado para soportar. Sin embargo, no podían mantener eternamente esa… ¿relación? Ese juego. Asari tenía demasiado resquebrajado el corazón ya. Se mordió el labio inferior y se separó con cuidado de su amante. Si iba a cometer una locura al menos iba a asegurarse de no hacer el ridículo con una toalla como única vestimenta.

Esperó, no sin cierta impaciencia, a que el pelirrojo despertara. Procuraba pensar lo menos posible pues cada vez que lo hacía un pedacito del poco valor que había reunido se evaporaba como si fuera agua hirviendo. Pero era hora de hacer frente a la posibilidad del rechazo, engañarse así mismo sólo iba a provocarle más y más sufrimiento. Tragó saliva y cuando los movimientos del cuerpo de G bajo las sabanas fueron evidentemente visibles. Respiró profundamente y se acercó a la cama nuevamente apoyándose en el borde con cuidado. Pronto, las puntas del pelirrojo cabello de Archery se asomaron para dejarse ver por Asari.

—¿Qué hora es? —preguntó adormilado el guardián de la tormenta.

—G —llamó, ignorando su pregunta—. Tengo que hablar un momento contigo sobre…

—¿Sobre que? —cortó el mencionado. Asari sintió un nuevo nudo en el estomago. Cada vez se arrepentía más de haber tomado esa decisión en caliente pero no quería seguir siendo un simple polvo de un par de noches. Agachó la mirada y desvió el rostro ante la idea.

—Creo que… tenemos que terminar con esto —murmuró.

—¿Cómo? —Asari entrelazó los dedos y jugueteó nervioso con ellos después de clavar la vista en el suelo lo cual provocó que no llegará a ver el ceño fruncido que tenía el pelirrojo.

—No puedo… seguir con esto… G… —respiró profundamente—. Te quiero —mordió con fuerza su labio inferior tras decir aquello. El corazón retumbaba en sus oídos y al final consiguió el suficiente valor como para girarse un poco y clavar su mirada en la figura de Archery. Para su sorpresa, G le miraba como si hubiera dicho lo más obvio del mundo y eso no ayudó mucho a que sus nervios desaparecieran.

—Ya lo sabía —susurró G. El guardián de la lluvia se quedó callado, viendo como su amante se deslizaba fuera de la sabana, dejando al descubierto su cuerpo desnudo, y se sentaba en su regazo. Se ruborizó cuando los brazos del fumador rodearon su cuello—. Y yo también te quiero a ti —besó a Ugetsu antes de que replicara—. Pero esperaba a que lo dijeras primero, ya sabes, tengo una reputación que mantener —susurró finalmente, con un tono de voz claramente burlón.

—Yo…

—Oh, por dios, Asari, sólo cállate y bésame —ordenó el guardián de la tormenta mientras sonreía y enredaba sus dedos en el cabello negro de Ugetsu.

Asari sólo pudo hacer una cosa, sonreír débilmente y obedecer a su pelirrojo.

Fin.

viernes, 13 de abril de 2012

Negro como el carbón.

Titulo: Negro como el carbón.


Disclaimer: Sengoku Basara no me pertenece, lo hace a Capcom —ascodecompañiacofcof— yo hago esto sin animo de lucro y esas cosas.


Personajes/Parejas: Ieasyu/Masamune.


Advertencias: Crack. Yaoi. +18. Algo de… ¿lemon o lime? Universo Alterno. Y gñé, no me ha quedado mucho como quería que me quedara.


Resumen: ¿Qué harías si te dieran a elegir una vida repleta de comodidades a cambio de tu libertad? ¿Estarías dispuesto a renunciar a ella?


Música: Touyu Carnival - (Sub. Español)

Nunca se había parado a pensar mucho en su antigua vida. Siempre se había encontrado demasiado ocupado intentando sobrevivir. El infierno no era un lugar amable ni siquiera con los nacidos allí, ¿por qué habría de haber sido diferente con él? Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la fría piedra de la pared. Nunca creyó que volvería. Hubiera preferido morir luchando que estar allí, encerrado, esperando su ejecución pero era inevitable. Al cielo no le gustaban los traidores y si un caído volvía a caer en sus garras se le ejecutaba públicamente para mostrarle al resto de los ángeles el destino que les esperaba a aquellos que cambiaban el cielo por el infierno.

Ángeles. No se arrepentía de haber dejado atrás a esos estirados sin sentimientos. Había tantas similitudes entre ellos y los demonios que había conocido que se acabaría cansando de enumerarlas antes de terminar. La diferencia, sin embargo, no eran tan notorias. Los ángeles vivían bien, los demonios no. Los demonios tenían libertad, los ángeles no. Y a eso se reducía todo. Comodidad implicaba opresión y la libertad implicaba librarse de todas las comodidades. Y él había renunciado a todas esas comodidades por la libertad, había renunciado a sus bonitas alas blancas por unas negras como el carbón.

Lo cual le recordaba a su celda, su mugrosa y vacía celda que le robaba la libertad por la cual había renunciado a toda su vida, se encontraba dentro de un edificio con varios kilómetros de altura. La luz del sol entraba por la pequeña y única ventana que allí había. Podría haber visto el azul del cielo si las cadenas que le ataban hubieran sido lo suficientemente largas. Bostezó, aburrido, llevaba ya una semana allí encerrado. Siete días habían pasado desde su captura y aún no habían llegado a una resolución. Rodó los ojos, imaginándose a los consejeros en una sala blanca, sentados alrededor de una mesa (blanca también, por supuesto) y debatiendo sobre si ahorcarle o fusilarle. Ah, siempre habían sido muy clásicos mientras que los demonios solían buscar crueldad y espectacularidad en sus sentencias a muerte.

Aunque dadas las circunstancias realmente prefería morir al estilo clásico. Solía ser más rápido. Entornó los ojos. Por la posición del sol deducía que pronto le llevarían la comida, sin embargo, al cabo del rato, cuando la puerta se abrió la persona que entró no era quien le había estado llevando la comida durante todo ese tiempo. Una sonrisa llena de resignación adornó sus labios unos segundos para luego ser sustituida por una mueca de claro cinismo.

—Katakura Kojuro, esto si que es una sorpresa —saboreó cada silaba con la malicia de quien ha perdido cualquier rastro de bondad. Aquellos que le hubieran conocido en el pasado quizá se habrían podido percatar de la enorme máscara que ahora cubría el rostro de Ieyasu—. Lamento informarte de que tu visita no me es demasiado grata, ¿he de suponer que por fin se ha decidido que se hará conmigo? —Katakura se quedó callado, incomodándole con su mirada fija. Quizá trataba de encontrar un resquicio, alguna apertura en su cincelada máscara. Lástima por él, había pasado demasiados años construyendo su “yo” infernal como para haber dejado algún resquicio por el que colarse.

Aunque después de tanto tiempo veía probable que la “máscara” ya no fuera eso.

—Déjate de juegos, Ieyasu. He venido a llevarte al lugar donde serás ejecutado —Ieyasu arqueó una ceja ante la seriedad y el ceño fruncido del contrario. Sentenció que Kojuro no había cambiado en absoluto.

—¿Oh? Creía que Mitsunari querría ese honor. Después de todo ha tratado de matarme desde que Hideyoshi sucumbió en el infierno en una de vuestras habituales incursiones para matar a los que no son vuestros perros falderos —soltó mordaz. Había sido un demonio quien había acabado con la vida de Toyotomi, sin embargo, por aquel entonces si había estado acompañando a dicho demonio.

—¿Insinúas que Masamune es un perro faldero? —y allí estaba, la pregunta que había estado esperando, el golpe bajo. Sus ojos adquirieron un tono carmesí que auguraba peligro. Rectificaba, el general Katakura Kojuro sí había cambiado. Podía verlo con claridad, el estúpido plan en el que intentaban hacerle caer.

—Masamune tomó su decisión y yo tomé la mía —replicó con una frialdad que pocos habían tenido el placer de presenciar.

—Y durante todos estos años no ha dejado de culparse por tu estúpida decisión —espetó. Ieyasu sintió como la bilis le subía por la garganta. ¿Quién cojones se creía que era? Nunca había sido una persona particularmente violenta pero si quería jugar sucio… el infierno enseñaba muy bien esa clase de juegos.

—Seguro que eso no te ha impedido follártelo —la bofetada que recibió resonó en toda la celda y posiblemente en el pasillo, sin embargo, a pesar del ardor en su mejilla la fría sonrisa de diablo dibujada en su rostro no menguo—. Te has vuelto muy sentimental, Katakura —susurró, relamiéndose la comisura de los labios, saboreando su propia sangre, salada y amarga.

—¡Cállate! ¡Semejante insinuación es asquerosa! ¡No eres más que un ser contaminado por el mal! —y por fin lo veía, una explosión de sentimientos humanos. ¿Era muy retorcido estar disfrutando de ello cuando sabía que antes de que transcurriera una hora su cadáver estaría siendo expuesto para el disfrute ocular de los estirados del consejo? Kojuro le liberó de casi todas sus cadenas y tiró de las que quedaban para arrastrarle. El silencio reinó durante el trayecto, Ieyasu ni siquiera se quejó por el dolor que le producían sus heridas aún abiertas. Estaba demasiado ocupado pensando, sospechaba que Kojuro había ido para intentar hacer uso de su única debilidad para hacerle vulnerable, para que los ángeles vieran a un muchacho arrepentido que aceptaba su destino y esperaba poder expiar sus pecados con la muerte.

Le asqueaba la idea de que a quien había considerado como a una persona de honor hubiera podido acceder a participar en semejante plan. Porque él no era una muñequita manipulable y aunque su corazón se retorciese de dolor por saber que no volvería a ver a Date nunca más, jamás bailaría al son de la coreografía de nadie.

Ah… pensar en Masamune resultaba doloroso.

Masamune Date. Le había amado, le amaba, su corazón seguía bailando al sol que el dragón tuerto marcaba aunque su mente le gritase lo imbécil que era. Había sido una verdadera agonía cuando aún era un ángel. Resignado a una relación platónica y claramente unilateral que sólo podría satisfacer con su mente. Oh, eso le recordaba otra de las diferencias entre los puros y los contaminados. Unos pecaban con la mente, los otros directamente con el cuerpo. Pero volviendo al tema de la unilateralidad de su relación… bueno… todo se reducía a “Dios no permite el amor entre personas del mismo sexo así que como intentes algo te convertiremos en un caído y luego te daremos caza como a un engendro”

Pero por supuesto, sólo los demonios eran los malvados, los sádicos y los engendros. ¡Ellos eran todo amor y bondad y ama a tu prójimo!

Resopló ante sus propios pensamientos, al fin habían llegado a la plataforma de ejecución. Era redonda y se situaba algo por encima de la pequeña plaza donde se situaban algunos ángeles para presenciar el grotesco espectáculo. Tenía cuatro columnas situadas paralelamente en los laterales y el artefacto que le arrebataría la vida en el centro. Mientras subían las escaleras de la plataforma se recordó así mismo que debía mostrarse altivo, arrogante y seguro de si mismo. Ser un demonio que desafiaba las leyes del cielo incluso en el momento en que éstas pretendían arrebatarle la vida.

—¿Una guillotina? Está claro que en este lugar la originalidad brilla por su ausencia —susurró al estar frente a aquel aparato. Supuso que luego colgarían su cabeza en la pared de algún edificio público para atemorizar a la población. No, colgarle como si fuera un trofeo de caza sería incluso demasiado para ellos, quizá acabaría en un museo o a saber donde. Por otra parte, un nuevo pensamiento sustituyó al anterior mientras le obligaban a arrodillarse y a colocar su cabeza en el lugar correspondiente.

¿Masamune estaría viendo aquello?

Trató de que aquel pensamiento no perturbara su mente y miró con suma indiferencia la pequeña plaza donde ya empezaban a congregarse algunos de aquellos seres alados para completar aquel espectáculo. Entornó los ojos y trató de localizar algún rostro familiar mientras su verdugo iba leyendo la larga lista de los crímenes que había cometido. Al no encontrar su rostro alzó la mirada hacía el cielo. Sus ojos rojizos, que una vez fueron del color del sol, se clavaron como puñales en la pureza del azul. Era una de las pocas cosas a las que se permitía guardarle un poco de respeto en aquel lugar. Respiró hondamente por última vez y se preparó para lo peor.

Y de repente, un gritó, explosiones, más gritos, humo y por último, el salado olor a sangre. Miró a su alrededor confuso, el humo había cubierto por completo la plataforma de ejecución. Trató de levantarse pero antes incluso de que se moviera, notó como alguien tiraba de sus cadenas con una fuerza que casi le hizo perder el equilibrio. Se vio arrastrado de nuevo. No tiene muy claro cuanto tiempo estuvo corriendo mientras tiraban de él, sólo sabía que si dejaba de correr posiblemente caería al suelo y entonces podrían atraparle y tratar de matarle otra vez. Aunque claro, desconocía quien demonios estaba tirando de él y si no le estaban llevando de nuevo a una celda.

—Lo siento pero realmente se me está haciendo complicado llevarte así —Ieyasu abrió los ojos de par en par.

¿Esa voz…?

Y entonces todo se volvió oscuro.

***

Le dolía la cabeza y sentía como alguien zarandeaba su cuerpo de un lado a otro, suponía que estaba tratando de despertarle. Abrió lentamente los ojos, teniendo que cerrarlos al instante por la intensa luz que le recibió. Notaba su cuerpo dolorido y no pudo evitar toser un poco antes de acurrucarse en el suelo. Volvió a abrir los ojos al poco y en ese momento se percató de que aquello no era el cielo. Un páramo desierto, el cielo rojo y las nubes negras sólo podían significar que había regresado al infierno pero, ¿cómo?

—Ya era hora de que te despertaras, capullo. No conozco este lugar y necesito que me guíes —Ieyasu jadeó nuevamente al reconocer la voz de la persona que le hablaba a su espalda. Se incorporó como pudo, quedando sentado en el suelo para finalmente observar perplejo la alta y delgada figura de Masamune Date, con una katana manchada de sangre en la mano y las alas desplegadas y tensas. ¿Y estaba flipando o estaban perdiendo su color blanco?

—Masamune —susurró incrédulo una vez el aturdimiento hubo remitido un poco. Sin embargo, dicho aturdimiento volvió en cuanto notó el contrario le golpeaba en toda la cara con la vaina de la katana—. ¡Eh! Eso dolió.

—¡Y te dolerá más, capullo! —gruñó el castaño, sin embargo, contrario a sus palabras, lo siguiente que sintió Ieyasu fue como unos fuertes brazos le rodeaban el cuello y el fuerte abrazo que Date le proporcionaba. Se quedó callado, perplejo y devolvió el abrazo de forma algo mecánica—. Imbécil, idiota, subnormal, inútil…

Continuó durante un buen rato con su retahíla de insultos, temblando entre los brazos de Ieyasu que en esos momentos no podía sentirse más incomodo. Nunca, en la vida, había sido bueno consolando a los demás. Y encima estaba ese zumbido en sus oídos, el olor de la sangre, el sudor y el hollín de ambos. La cabeza no paraba de darle vueltas hasta que finalmente se aferró a Masamune por ser lo único sólido y tangente que tenía a su alcance. Estuvieron un buen rato así hasta que finalmente la voz de Tokugawa interrumpió la sucesión de palabrotas de Masamune.

—¿No decías que necesitabas un guía? Vámonos, este lugar no es seguro y mucho menos para ti —masculló en un tono de voz que casi no reconocía como el suyo, ¿preocupación? ¿Cuánto hacía que no le daba aquel matiz a su voz? Masamune asintió y le ayudo a levantarse. Al principio, volvió a sentir aquel mareo. Todas las preguntas que se agolpaban en su cabeza. Todo era demasiado, incluso para él. Así que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para concentrarse en el presente, en sacar a Masamune de aquel lugar. Está vez fue él quien le agarró del brazo y sin dudarlo ni un instante más, desplegó sus alas negras, dispuesto a llevarle al lugar donde había estado residiendo en aquel inhóspito lugar.

***

El viaje había sido algo largo y quizá un poco incomodo debido al silencio que se había formado entre los dos, sin embargo, cuando cerró la puerta de su casa (la cual no estaba precisamente en un buen lugar, claro que en el infierno ningún lugar era bueno) volvió a sentir como aquellos calidos brazos se cernían sobre su cuerpo, apresándole. Cerró los ojos y finalmente, rodeó la cintura del castaño, pegándole de esa manera contra su pecho. Había anhelado durante tantos años aquel calor, aquel maldito bastardo había sido su mayor deseo, aquel que siempre había aparecido en sus fantasías cuando la oscuridad y el frío eran sus únicos acompañantes en las solitarias noches.

—Masamune —susurró con voz queda. Sí, le había deseado, joder, seguía deseándole pero aún así no entendía por qué, ¿por qué le había salvado?—. Tus alas se están volviendo negras —y sin embargo, no se atrevía a preguntarlo directamente.

—¿Has tenido que usar tu vista demoníaca para darte cuenta de ella? —masculló, tratando de sonar burlón. Aunque aún le temblaba la voz, cosa normal, aún recordaba lo mal que se había sentido cuando llegó al infierno, las primeras semanas. Sin nadie, sin nada pero Masamune no iba a pasarlo tan mal porque le tenía a él y no iba a permitirle que le pasara nada.

—¿Por qué me has salvado? —finalmente se atrevió a formular la pregunta. Estiró su brazo hacia él y como si tratara de lo más frágil del mundo y le acarició la mejilla.

—¿Y aún tienes los huevos de preguntarme eso? —preguntó, con la voz algo temblorosa.

—Realmente el ambiente de este lugar te está afectando, ¿verdad? —acarició su rostro nuevamente y aportó el flequillo sudoroso de su frente y fue entonces cuando se percató del parche, el parche que cubría su ojo derecho. Frunció el ceño y entornó los ojos para al segundo siguiente deslizar su dedo índice sobre aquella tela negra—. ¿Qué…?

—Digamos que yo también quería encontrarte —murmuró por lo bajo. Ieyasu le miró unos segundos horrorizado y finalmente le agarró por los hombros con fuerza, volviendo a apretarle contra su pecho.

—¡Idiota! ¡Podrían haberte matado! —cerró los ojos. Aún estaban en el recibidor de su casa… bueno, si a eso se le podía llamar casa. Era un piso, algo pequeño pero bastante acogedor. Se había asegurado de que estuviera en una zona donde los caídos tuvieran más presencia ya que sabía que los demonios no solían tolerar demasiado bien su presencia cuando aún estaban en proceso de convertirse en uno de ellos—. Venga, vamos —tiró de él para llevarle al interior de la estancia. El apartamento había cogido varias capas de polvo (aunque nada que no pudiera arreglarse con una buena limpieza) por los días que había estado fuera.

También debía reconocer que estaba algo desordenado y aún tenía que ver donde dormiría su pequeño dragón. Y es que su apartamento como ya había dicho era pequeño y únicamente consistía de una cocina, una habitación (de una cama individual), el cuarto de baño y el salón, bastante pegados entre si. Por el momento tenía claro que iba a cederle la cama. Él podría dormir en el sofá y permanecer unos días allí hasta que consiguiera otra cama o una más grande… mejor descartaba esa idea. Masamune seguía siendo un ángel aún. La idea de acostarse con alguien fuera del matrimonio aún debía de sonarle espantosa.

Y si le añadíamos que era del sexo masculino, el factor horror debía de multiplicarse. Y a pesar de eso, la idea de tratar de conquistar a Masamune no paraba de revoletear por su cabeza, como un pájaro carpintero. Sería agradable tener a alguien con quien volver a quien había sido siempre aunque las oscuras alas de la noche hubieran empañado su alma, la base desde que la se construye una persona difícilmente cambia.

—Ieyasu —la voz de Masamune le obligó a poner los pies de nuevo en la tierra—. Primero, no eres nadie para decirme que podrían haberme matado, ¿y a ti que podrían haberte hecho, idiota? ¿Cosquillas? —la mirada de reproche de Date sólo provocó que el castaño riera suavemente. Era extraño, toda aquella situación era extraña y sin embargo… sabía que podría acostumbrarse a ella—. Segundo… Eres un desordenado, Ieyasu, ¿dónde se supone que voy a dormir? —una sonrisa burlona se dibujó en el rostro del moreno. Estiró el brazo hacia Masamune y rodeó su cintura para pegarle nuevamente contra su pecho.

—¿Oh? Bueno, podríamos dormir juntos —susurró, de forma claramente sugerente, contra su oído. Tras un silencio algo prolongado una breve risa invadió el salón del apartamento—. Vamos, no te quedes así, era una broma, dormirás en mi habitación y yo en el sofá…

—No… —cortó en un susurro e Ieyasu casi podría jurar que Masamune estaba ruborizado cuando habló—. No vas a dormir en el sofá. Dormiré contigo.

—¿Estás seguro de eso? —la sonrisa burlona que había tenido unos segundos atrás había desaparecido. Ahora le miraba serio y quizá, algo preocupado. No quería que Date se forzará a cosas que aún podría considerar raras. Para su sorpresa, Masamune asintió y le agarró la mano, entrelazando los dedos con los suyos.

—Necesito asegurarme de que esto es real —murmuró el aún ángel, agachando levemente la cabeza. Ieyasu asintió y le dio un suave beso a su coronilla—. Anda, enséñame donde está la cocina, que seguramente estarás comiendo como una mierda. Siempre fuiste un desastre cocinando —Tokugawa rió ante el comentario y negó con la cabeza.

—Primero tenemos que lavarnos un poco y —apretó una de las heridas de Masamune con cuidado—, desinfectarnos esto —le explicó, cogiéndole del brazo para tirar de él y llevarle al baño. Curaron las heridas del otro y lavaron su cuerpo. Ieyasu cerró los ojos mientras sentía el cuerpo de Date cerca de él. Sí, podría acostumbrarse a ello. Aunque mientras estaban allí, secándose y permaneciendo cerca el uno del otro, aquel cuyas alas ya eran negras no pudo evitar preguntarse como haría que el pequeño ángel se fijase en él.

***

Habían pasado varias semanas desde que había sido salvado por Masamune de una muerte segura. Se frotó los ojos y miró la hora. Aún era de madrugada y él no conseguía conciliar el sueño. Desde que dormía con el castaño no había parado de tener sueños subiditos de tono en los que acababa más empalmado que un adolescente salido. Lo que encima provocaba que cuando despertase viera como sus pantalones se habían convertido en una tienda de campaña. ¿Solución? No dormir, si no dormía no soñaba y si no soñaba no se despertaba excitado.

¿Había sido una buena solución?

No.

Porque ahora sentía el aliento de Masamune en su cuello, las formas de su cuerpo pegadas al suyo y todo, le sentía entero contra si y le estaba volviendo jodidamente loco. Porque quería dejar ese extraño juego que habían estado teniendo, una especie de tira y afloja demasiado extraño para su gusto. A veces tenía la sensación de que Date correspondía sus sentimientos para al segundo siguiente pensar todo lo contrario. Pero volviendo a un problema más reciente. Se encontraba en una situación escabrosa, había vuelto a empalmarse y para seguir intentando dormir primero necesitaba librarse de ese pequeño problema.

Cerró los ojos unos momentos y fue entonces cuando notó como Masamune se removía entre sus brazos. Se tensó, notando como el pánico empezaba a invadirle. ¿Cómo se suponía que iba a explicarle eso al castaño si se le ocurría despertarse y le descubría? Tragó saliva con fuerza e hizo lo único que se le ocurrió. Fingir que dormía. Aunque era algo complicado hacerlo cuando notaba como las manos de Masamune se movían a tientas por su cuerpo hasta que finalmente tocaron la zona que había deseado que no tocaran. Contuvo la respiración varios segundos, con los ojos cerrados y el cuerpo tenso, cualquiera que tuviera algo de vista se habría dado cuenta de que Tokugawa lo último que hacía era dormir.

—¿Ieyasu? —preguntó Masamune, bajito, y el mencionado quiso que le tragase la tierra en ese instante aunque era más probable morirse por la vergüenza. Resultaba estúpido, eran adultos. Maldita sea, estaban en el infierno. Las alas de Masamune casi se habían oscurecido por completo, no tenía porque tener miedo de aquello y sin embargo, ahí estaba, angustiado por el hecho de haber sido descubierto. Suspiró levemente y abrió los ojos, dispuesto a dar la cara pero lo único que consiguió fue sobresaltarse al darse cuenta de la cercanía de Masamune. Miró fijamente sus ojos, la iris aún conservaba aquel esplendido azul, sin embargo, ya se podían adivinar pequeñas manchas rojas en su interior.

—¿S-si…? —no pudo evitar tartamudear y es que no era solo el cara a cara que estaba teniendo con Masamune le ponía nervioso, también era el hecho de que el castaño estaba encima de él, rozándole sin llegar a tocarle. Se encontró deseando ser un imán, pegarse a Date y no separarse nunca.

—He estado pensando que ya has tenido suficiente castigo —susurró. Ieyasu le miró confuso. ¿Castigarle? A pesar de la confusión, pudo hacerse una ligera idea de a que se refería cuando los labios de Masamune se juntaron con los suyos. Al principio no supo como reaccionar pero cuando fue capaz de procesar la información de lo que estaba pasando no dudo un instante en corresponde el beso. Pasión, deseo, anhelo, no reprimieron ninguna emoción mientras sus labios chocaban, sus lenguas jugaban y sus dientes chocaban. Entonces Ieyasu recordó que tenía manos e hizo uso de ellas, quitándole la camisa para arrojarla al suelo. Se miraron unos segundos en silencio.

—¿Estoy soñando? —no pudo evitar preguntarlo—. Quiero decir, llevó soñando tanto tiempo con esto —murmuró y estiró el brazo hacia Masamune para acariciar su mejilla—. Te quiero.

—Yo también te quiero, idiota. Siempre te quise —Y no hicieron falta muchas palabras más. Masamune volvió a abalanzarse contra Ieyasu y sus labios volvieron a unirse en un apasionado beso. Sus manos se exploraron mutuamente, arrancándose la ropa, acariciando la piel que fue expuesta. Los movimientos de Masamune, su torpeza, sólo denotaban falta de experiencia. Ieyasu sonrió interiormente por ello y estiró el brazo para agarrar el bote de lubricante que tenía en uno de los cajones de la mesilla de noche.

—Masamune —llamó cariñoso, disfrutando enormemente del rostro ruborizado y jadeante del castaño—. Date la vuelta y alza la cadera —pidió en su oído mientras procedía a embadurnar sus dedos con aquel líquido. Masamune le obedeció, mostrando una posición bastante indecorosa, echado en la cama, boca abajo y con el culo en pompa.

—Esto es… —Date jadeó y se aferró a las sabanas cuando sintió los dedos de Ieyasu en su interior, preparándolo—. Realmente vergonzoso.

—No te preocupes por eso, pronto te olvidarás de todo —refutó. Sentir el cuerpo de Masamune temblar debajo de él era realmente una sensación placentera pero estaba seguro de que ambos podían sentirse mejor—. ¿Cómo quieres hacerlo? ¿Así o… —le obligó a darse la vuelta y lamió su cuello con gula—, o así?

—Así —respondió—. Quiero verte la cara —e Ieyasu no necesitó nada más, ningún movimiento, ninguna palabra más para ceder a todo aquello que Masamune le pidiera. Marcó con sus dedos la cadera de su amante y le poseyó. Embistió sus caderas, rápido, preciso y fuerte, atendiendo las suplicas de Masamune cuando pedía por más, aprovechando aquella postura para besarle, morderle y disfrutar de su rubor, de sus labios entreabiertos, de sus jadeos, de sus gemidos. Oh, dios, como adoraba sentirle retorcerse debajo de si. Hasta que finalmente el orgasmo les sacudió a ambos.

—Te quiero —volvió a susurrar Ieyasu mientras su pecho subía y bajaba rápidamente. Había perdido la cuenta de todas las veces que se lo había dicho mientras lo hacían. Había sido tan… liberador poder decírselo que no había podido parar una vez el secreto había sido revelado. Acarició el parche de Date y se lo retiró con cuidado, acercando su rostro a su parpado cerrado y herido para lamerlo con cariño.

—Y yo a ti —masculló su pequeño dragón para finalmente fundirse con él en un fuerte abrazo.

Fin.

lunes, 2 de abril de 2012

Un sabor agridulce.

Titulo: Un sabor agridulce.

Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! no me pertenece, ni sus personajes tampoco, son de Akira Amano yo hago esto sin animo de lucro, bla, bla, bla.

Personajes/Parejas: TYL!8059 (YamaGoku).

Advertencias: Temática del White Day, drabble.

Resumen: No quiere reconocerlo pero se siente nervioso. Por muchos años que pasen juntos sabe que nunca se acostumbrara a tener que celebrar ese día.

Segunda versión. Tercera versión.

Es imbécil —piensa Gokudera—. Imbécil, imbécil, rematadamente imbécil —repite constantemente. Y es que lo odia ese día. Aunque no lo odia tanto como a esa “fiesta cursi, asquerosa y sin sentido” pero es que de verdad no aguanta toda esa expectación que parece reinar en el ambiente. Y menos cuando el imbécil (su imbécil) se encuentra en ese estado. Verle distraído, pensativo y taciturno es insoportable.

Pero no puede hacer nada para cambiarlo ya que es el “aniversario” del primer asesinato del idiota y siendo como es, resulta normal que necesite un día para dejar aflorar la culpa. Y realmente no sabe si reír o llorar al comparar el estado en el que se encuentra el catorce de Marzo cuando en esa otra “fiesta cursi, asquerosa y sin sentido” parece más feliz que una perdiz, con una estúpida y cursi bolsa de chocolates que le entrega con esa sonrisa bobalicona que tanto le caracteriza.

Esa jodida sonrisa que está echando de menos en esos malditos momentos. Gruñe y se revuelve el pelo. No quiere reconocerlo pero se siente nervioso. Por muchos años que pasen juntos sabe que nunca se acostumbrara a tener que celebrar ese día. Pero es que realmente no tolera verle con esa expresión. Por eso se ha tomado la molestia de ir al supermercado de la esquina para comprar una cajita (pequeña) de bombones de chocolate blanco y espera (y más le vale que así sea) un agradecimiento por parte de Yamamoto.

—Oye, patético intento de samurai —le dice, con una expresión molesta en el rostro, para al final dejar caer la bolsa con los bombones en el regazo de un sorprendido guardián de la lluvia—. No hace falta que me des las gracias.

Se sienta al lado de Yamamoto y espera pacientemente (aunque esa no es precisamente una de sus virtudes) a que su pareja decida reaccionar. En el fondo agradece esos segundos de desconcierto ya que puede aprovecharlos para eliminar ese jodido color rosado que ha decidido aparecer en sus mejillas para fastidiarle.

—El año pasado dijiste que no me regalarías nada —susurra Yamamoto, como cada año, como si se tratara de una coreografía. La misma conversación, la misma respuesta, los mismos sentimientos.

—Tsk… sólo acéptalo y ya. El año que viene si que no te daré nada —replica Gokudera, con su mal humor habitual, fingiendo que le molesta el abrazo de oso que el espadachín le da segundos después mientras mentalmente agradece la pequeña sonrisa en los labios de éste. Ya que le da igual cuan perdido se encuentre Takeshi porque siempre estará ahí para él. Recordándole quien es.

Aunque para ello tenga que celebrar fiestas molestas y sin más sentido que el de llenar los bolsillos de los fabricantes de chocolate.

Fin.

Donde hubo fuego, cenizas quedan (Último).

Titulo: Donde hubo fuego, cenizas quedan.

Disclaimer: Sengoku Basara no me pertenece, lo hace a Capcom —ascodecompañiacofcof— yo hago esto sin animo de lucro y esas cosas.

Personajes/Parejas: Ieasyu/Masamune.

Advertencias: Crack. Se podría tomar como continuación de “Un último suspiro” pero se entiende sin haberlo leído.

Resumen: Aunque naciera otras cinco veces, aunque viviera en cinco lugares diferentes y tuviera cinco vidas distintas volvería a enamorarse de la misma persona.

Música: River Flows in You - Yiruma/ Wedding Dress - Taeyang (Jun Sung)

3. De historias que acaban.

La oscuridad temporal había sido un pobre consuelo para la mente de Ieyasu. Una efímera mentira donde por un breve periodo de tiempo (quizá no tan breve en la realidad) su mente no había tratado de jugar con él y simplemente le había dejado experimentar algo parecido a la tranquilidad. Pero no podía permanecer eternamente con los ojos vendados y los oídos tapados. Y a pesar de sentir que se moría por dentro no podía evitar aferrarse a la vida. Temía a la muerte. No soportaba la idea de no volver a ver a la persona a la que más quería en el mundo. A Masamune.

A su Dokuganryū.

Abrió con extremada lentitud los ojos, sin embargo, tuvo que volver a cerrarlos inmediatamente por la intensa luz que le deslumbró. Tenía la boca reseca y sentía como si hubieran triturado todos los huesos de su cuerpo. Abrió la boca y jadeó, adolorido. Sonido, escuchaba pasos y la voz de alguien que no lograba identificar. Volvió a abrir los ojos lentamente, tratando de acostumbrarse lentamente a la claridad que le recibía. Todo era tan blanco que se sintió mareado en un comienzo, ¿dónde estaba? ¿Qué había pasado? Su cabeza daba vueltas mientras trataba de enfocar algún pensamiento coherente dentro de ella.

—Ieyasu —susurró una voz que se encontraba a su derecha. Movió con algo de dificultad el rostro y parpadeó de nuevo. Masamune, estaba allí, mirándole fijamente con su único ojo y unas… ¿ojeras? Bastante amplias. Estiró el brazo con algo de dificultad hacia él. Le temblaba aún la mano pero cuando notó como la calidez de la mano de Date sobre la suya dejó de hacerlo. Trató de sonreírle un poco pero las imágenes vividas aquel día asaltaron su mente como un rayo y la sonrisa que había tratado de formar se deformó rápidamente, dando paso una especie de mueca no identificable.

—¡Ieyasu! —otro gritó, algo más alejado. Volvió a mover el cuello, tratando de distinguir la figura, algo borrosa, que se acercaba—. Gracias a Dios que por fin has despertado… —incluso él fue capaz de notar como la voz de la Magoichi se quebraba en la última silaba.

—Magoi… chi —pronunció, jadeando un poco—. ¿Dónde…? —confusión, miles de imágenes se agolpaban en su mente.

—En el hospital —respondió Masamune—. Una furgoneta perdió el control y os arrolló a ti y a varias personas. Has sido el último en despertar de los que no han muerto —murmuró lo último algo sombrío. Se llevó la mano a la cabeza. Oh, aquel día. Sí, había corrido, como nunca. Y también había llovido y se había mojado y había visto a Masamune besarse con Katakura y por eso había huido como una vil nenaza. Cerró los ojos, avergonzado, realmente quería disculparse con Magoichi pero no podría hacerlo mientras Masamune estuviera allí.

—Nos tenías preocupados, hubo complicaciones en tu recuperación —murmuró la mujer, abrazándose levemente a uno de sus propios brazos—. Motochika también… está realmente afectado —dijo finalmente. Cierto, Motochika, había estado presente, tratando de darle alcance, debió haber visto como aquel vehiculo se lo llevaba por delante.

—Lo siento —murmuró finalmente, con la voz ronca y mirando fijamente a la pelirroja, tratando de esa forma pedirle disculpas por todo. Magoichi negó finalmente.

—No te preocupes. Iré a ver a Motochika, ha ido a por cafés, se alegrara saber que estas despierto —susurró para finalmente salir de la habitación, dejando al menor a merced completa del dragón el cual no había soltado ni un solo momento su mano. Se miraron durante unos segundos en completo silencio. Masamune parecía más frío de lo habitual e Ieyasu sólo sentía como su estomago se retorcía.

—Cuando salgamos de aquí… hasta que te recuperes del todo, vendrás a vivir conmigo —la voz del mayor sonó calmada en principio, autoritaria también. Tokugawa no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro—. Tenemos que hablar, seriamente —se levantó de la silla y se acercó al cuerpo postrado de Ieyasu, agachó su rostro y le dio un pequeño beso en la mejilla—. Si no tuvieras esa maldita mascara habría sido en los labios, que te quede claro —susurró finalmente en su oído tras unos minutos de silencio con los labios pegados a la mejilla del menor—. Ahora tengo que irme, tengo que avisar al doctor, sigue durmiendo.

Confusión, nuevamente la confusión era la reina amante de su mente. Pero sus palabras habían tenido también otra clase de efecto en él. Esperanza, una pequeña llama de esperanza se había encendido en su corazón y no parecía estar dispuesta a querer apagarse. Así que volvió a dormir, a dejar que Morfeo se hiciera cargo de su alma mientras por otro lado algo, algo que llevaba mucho tiempo durmiendo dentro de él, despertó.

***

La mañana del cuatro de Abril fue bastante normal. Al menos en comparación con otras que había tenido. A pesar de recibir el alta en el hospital no había podido moverse de la cama, Masamune no le había dejado salir de ella. No era algo que le hacía especial ilusión a Tokugawa, había pasado de ver las paredes blancas del hospital, a contemplar las paredes blancas del nuevo piso de Date. Suspiró un poco, recordando las palabras del mayor en el hospital. No había vuelto a sacar el tema y a pesar de que la llama de la esperanza había resistido con fuerza estaba empezando a flaquear. No podía evitar preguntarse si aquellas palabras no habían sido otra cosa que su imaginación, su febril imaginación gastándole una broma pesada.

—¡Ieyasu! Ya he vuelto —la voz de Masamune, el sonido de la puerta al abrirse y de sus pasos hicieron que su estomago se contrajera levemente. En cierto modo le gustaba aquello, le gustaba saber que cuando Masamune llegará lo primero que hiciera fuera saludarle. Le gustaba no sentirse solo.

—Bienvenido —murmuró al verle entrar al cuarto—. ¿Qué tal las clases?

—¿Uhm? No he ido, tenía unos asuntos que resolver —respondió. Ieyasu le mandó una mirada de reproche pero está varió inmediatamente cuando Date se subió encima de la cama, acercándose peligrosamente hacía donde estaba—. Y ahora que lo he resuelto…

—¿Masamune? —preguntó con su voz impregnada por la indecisión. De nuevo, el dragón estaba demasiado cerca de él. Lo cual, considerando que no tenía ni zorra de que era lo que pasaba por su cabeza, era algo incómodo. Se sentía acorralado y era una sensación que le disgustaba. Quizá en otra situación le hubiera gustado pero en esos momentos en los que únicamente quería agarrar por el cuello a Date y partirle los labios de tanto besarle… Desvió la mirada, molesto con sus pensamientos.

—Ieyasu, mírame —susurró y eso hizo el menor. Blando, suave, Tokugawa podría catalogar el beso que el castaño le proporcionaba de esa manera. No supo en que momento empezó a devolverle el beso o cuando enredó sus dedos en el pelo de Masamune, pero lo hizo.

Intoxicándose.

Los labios de Masamune tenían un sabor vagamente familiar. Vainilla. Un dolor punzante sacudió su cabeza y no pudo hacer otra cosa que aferrarse con fuerza al contrario, jadeando—. ¿Ieyasu? —la voz de Date sonó distorsionada y lejana por unos instantes y su mente fue llenada por flash que pasaban demasiado rápido como para captarlos. Sangre, lágrimas y un dolor lacerante en su pecho.

Cuando todo aquello pasó, abrió los ojos extremadamente lento, se frotó los ojos al notarlos húmedos (¿cuándo había empezado a llorar?) y se encontró con la mirada llena de preocupación de Masamune—. Perdón… —murmuró. No quería que Masamune pensara algo extraño así que aprovechando que aún estaban cerca estiró el brazo hacía él y acarició su mejilla con cariño para finalmente atraerle y darle un suave beso en los labios.

—No me asustes así, idiota —masculló el castaño e Ieyasu simplemente dibujó una pequeña sonrisa en sus labios.

—Lo siento —volvió a disculparse, haciendo un hueco para que Masamune pudiera meterse bien dentro de aquella cama—. Masamune…

—¿Qué?

—Gracias.

—¿Eh? ¿Por qué? —Masamune le miró, obviamente esperando una respuesta e Ieyasu simplemente volvió a darle un breve beso en los labios.

—Por estar conmigo… ¡Auch! Masamune eso dol… —sus palabras fueron interrumpidas por un nuevo beso, algo más intenso, profundo—. Te quiero —susurró finalmente cuando separaron sus labios.

—Ve haciéndote a la idea —empezó Date—, de que cuando te recuperes ninguno de los dos va a salir de la cama en otra buena temporada —terminó, devorando nuevamente los labios del menor. Ieyasu se dejó llevar, enganchado los brazos en la cadera del mayor, dispuesto a dejarse llevar por sus besos. Dispuesto a olvidarse de cualquier cosa que no fuera él por unos breves momentos.

Fin.